23. LAS PIEDRAS HECHIZERAS
Cerca
de ensenada, junto al mar, hay un lugar conocido como el aguaje de la
zorra, donde siete caminos convergen en un montón de piedras que, dicen
los lugareños, son buenas o malas según se porten los que pasan por ahí.
Un día, a un muchacho llamado Felipe —que andaba por la vida renegando
de todo: no le gustaba caminar, no le gustaba el frío ni el calor, en
fin, nunca estaba contento— su mamá lo había mandado a la costa a traer
mariscos porque era la temporada; ya estaba a punto de irse cuando le
dijo:
—Felipe, no se te olvide que tienes que cortar una rama para dejarla en las piedras.
El joven no respondió, agarró su cesta, levantó los hombros y se fue. Al
llegar al cruce de los caminos, se dio cuenta que el montón de piedras
ya estaba cubierto de ramas y de flores. Recordó lo que su mamá le había
dicho, pero como buen caprichoso no le dio la gana cortar la rama, así
que ni se detuvo.
—Para qué les pongo yerbas, ésas son cosas de mujeres y de gente que no tiene qué hacer —se dijo— ¡son puras piedras...!
Llegó a la costa, donde por todos lados jóvenes, señores y niños
buscaban ostiones y mariscos; algunos ya estaban descansando tirados
sobre la arena y otros chapoteaban entre las olas. El sol brillaba
intenso en el horizonte.
— ¡cuánta gente, de seguro que ya no hay nada! —pensó enojado Felipe.
Se dirigió hacia unas rocas en donde no había nadie, se metió al agua,
se acomodó la cesta y empezó a buscar mariscos, sin embargo, pasados
unos minutos su cesta seguía vacía.
—no puede ser, siempre hay muchos; a lo mejor aquí no se acercan —pensó— pero no quiero ir adonde están todos ésos.
Torció la boca y se sentó en las rocas, miró que a lo lejos el mar se
fundía con el cielo, todo era azul. Volvió la cabeza para ver a la gente
y se dijo:
—voy a tener que ir para allá pero, ¿y si mejor le digo a mi mamá que no había nada?, ¿me creerá?
Estaba pensando esto y no se dio cuenta de que una enorme ola empezó a
crecer detrás de él; en unos segundos se levantó de tres a diez metros,
como si fuera un cerro de agua. Los otros pescadores al ver aquella ola
huyeron espantados, le gritaban a Felipe para que se saliera, pero el
muchacho no escuchaba. Estaba riéndose solo, por su mente cruzaba veloz
el recuerdo del montón de piedras. De pronto volteó al escuchar el rugir
de la ola... pero no tuvo tiempo de nada: el cerro de agua cayó sobre
él, y se lo tragó;
Un huarache voló por los aires y la cesta quedó flotando un momento,
luego se hundió lentamente. Más tarde el mar regresaba a la calma y de
Felipe no quedaban ni señales.
Días después, en el aguaje de la zorra, encima de las piedras
hechiceras, que así es como les llaman, un cesto lleno de mariscos yacía
entre las ramas que la gente acostumbraba poner.
¿Era el cesto de Felipe? ¿Tú qué crees?
24.AUTOBUS FANTASMA
Cuenta la leyenda que en una peligrosa carretera entre montañas un
autobús sufrió un accidente muriendo todas las personas que en él
viajaban. Desde entonces dicho autobús circula de noche y aquel osado
que atreva a montarse en él…
De la ciudad de Toluca a la ciudad de Ixtapan de la Sal, anteriormente
era obligado transitar por una carretera bastante sinuosa y peligrosa,
pues bordea un precipicio sumamente profundo casi vertical y de roca
sólida. Actualmente existe una autopista.
Un día de tantos un autobús partió de Ixtapan de la Sal con rumbo a
Toluca. El viaje era de lo más normal aunque circulaba por la noche,
muchos de los pasajeros habían hecho ese viaje varias veces así que
aprovechaban para dormir. El autobús inició el viaje lleno, subió por la
cuesta sin problemas cuando comenzó a llover, como tantas veces en esa
parte del camino, entonces alcanzó el punto más alto y luego inició el
descenso e iniciaron las famosas curvas de Calderón, un tramo de
carretera, en el cual las curvas son sumamente cerradas y peligrosas,
además se caracteriza porque sin importar si se va a Toluca o se viene
de ella esa parte es de bajada, pues es parte de una hondonada bastante
grande y donde hay un puente en el cual sólo cabe un auto y está además
al salir de una curva muy cerrada.
En ese puente han ocurrido accidentes muy graves y muchos de ellos
mortales, está tan hondo que a no ser por la cantidad de piedras
afiladas a los lados, fácilmente podría sujetarse un “bungee”. El
autobús en cuestión inició su descenso, con lluvia y por supuesto el
pavimento mojado. De repente los pasajeros se percatan de que el autobús
está ganando velocidad y se asustan, reclamando al conductor, quien no
dice nada en absoluto, entonces sumamente nervioso al fin atina a decir:
¡¡¡Están fallando los frenos!!!
En poco tiempo el autobús toma tanta velocidad que es imposible
controlarlo y en una curva el autobús se precipita al vacío, muchos
mueren instantáneamente a causa del golpe, otros yacen inconscientes,
hasta que el autobús se incendia y en poco tiempo es consumido por las
llamas. Nadie escuchó los gritos de los pocos pasajeros que pedían ayuda
y todos mueren de una forma horrible.
Mientras tanto en las oficinas de la central de autobuses no reciben el
reporte de que el autobús número 40 de esta línea de autobuses haya
llegado, está demasiado atrasado y era el último de la noche de modo que
si se averió, no habrá otro que lo alcance y pueda traer a los
pasajeros, de modo que se envía un vehículo a investigar. No parece
haber rastro de él en todo el trayecto, al menos no hasta llegar a las
curvas de Calderón, donde una patrulla de la policía ha localizado un
terrible accidente. No hay supervivientes y los cuerpos están unos
destrozados fuera de lo que quedó del autobús y otros calcinados dentro
del mismo.
Sólo fue noticia por poco tiempo, pero a partir de esa fecha y por las
noches si te encuentras en la carretera de Ixtapan de la Sal, con rumbo a
Toluca por la noche e intentas subir a un autobús, es posible que sea
el número 40 el que se pare y te abra la puerta. Al abordarlo notarás
que es un autobús antiguo, pero en buenas condiciones, y como algunas
líneas de autobuses usan vehículos no tan nuevos, no te importará mucho,
pero entonces te percatarás de que aún cuando va lleno, con personas de
pie, hay siempre un lugar vacío, o dos o tres, siempre de acuerdo con
el número de personas que se acaben de subir. Nadie ocupa esos asientos
así que te sientas aún cuando te parece raro, y sientes un vacío en el
estómago. Te percatas de que a pesar de la hora nadie va dormido,
mujeres hombres y niños van despiertos, pero nadie habla, ni siquiera
los niños, es un silencio pesado, además todos van bien arreglados ¿Por
qué? Nadie lo sabe.
El auxiliar del chófer quien revisa los billetes (o te cobra el pasaje)
comienza pocos minutos después a revisarlos, preparas el importe de tu
pasaje pero, jamás pasa a tu lugar para solicitar el costo, eso es aun
más raro, pero piensas que al bajar en la terminal pagarás.
Llegas a Toluca sin contratiempos, pero pasada la media noche, entonces
el chófer detiene la unidad antes de llegar a la Terminal y te dice que
debes bajar en ese momento, aunque el trayecto no ha acabado y no
entiendes la razón obedeces. Entonces al llegar a la altura del chófer,
el único que habla, y al intentar pagar tu pasaje, te dice que no es
nada y añade:
“Baja ahora y no te gires antes de que cierre la puerta o jamás dejarás el autobús”.
Quienes obedecen, bajan y no se giran, si no hasta que se escucha el
sonido de la puerta al cerrar y el motor del autobús arrancar, sólo para
darse cuenta de que no hay autobús, este mismo ha desaparecido. Los
desobedientes al bajar y girarse ven el autobús hecho pedazos, dentro
esqueletos descarnados y el chófer mirándote sin decir nada. El autobús
desaparece y la persona en cuestión muere unos días después.
Se dice que a partir de ese momento su fantasma sube al autobús y
viajará eternamente en él por causa de su desobediencia. Si por
casualidad algún día viajas a Ixtapan de la Sal y de regreso tu auto no
funciona, no te arriesgues, si es de noche, a subirte a un autobús,
quizá sea el número 40.
Si es así sólo obedece las instrucciones de ese modo podrás contarlo, de
lo contrario serás condenado a viajar por esa ruta en ese autobús por
la eternidad…
25.ATRAPADA EN EL SUBTERRÁNEO
Una de las leyendas más recurrentes en ciudades con Metro (trenes
subterráneos) es la de que en su interior y amparados por la oscuridad
de sus túneles se esconden todo tipo de delincuentes, vagabundos y
personas de mal vivir que escapando del frío o de la policía se ocultan
en viejas estaciones abandonadas o conductos de ventilación.
Paula había bebido mas de la cuenta por lo que aquella noche regresaría
temprano a casa, se sentía bastante mal y muy mareada pero como era
relativamente temprano decidió que en lugar de gastarse su dinero en un
taxi, como hacía habitualmente cuando regresaba de la discoteca,
aprovecharía que el Metro aún seguía abierto para ahorrarse unos cuantos
euros.
El trayecto era largo y las pocas personas que viajaban en su vagón
parecían tan cansadas como ella, sólo un grupo de amigos que bromeaban
al fondo del tren hacían el suficiente ruido con sus bromas y risas para
mantenerla despierta, pero cada vez tenía que luchar con más fuerza
para no quedarse dormida. Por desgracia en la siguiente estación tenía
que hacer un transbordo así que se bajó y tras caminar por los pasillos
de la estación llegó al andén en el que abordaría el metro que la
llevaría a casa.
El cartel luminoso avisaba que el próximo tren tardaría seis minutos en
llegar, por lo que Paula decidió esperar sentada en uno de los bancos
junto al andén. El silencio y la soledad de esa estación provocaron lo
inevitable y a pesar de sus esfuerzos se durmió y casi sin darse cuenta
se recostó en el banco usándolo como si fuera una cama. Era tan profundo
su sueño provocado por la borrachera que cuando pasó el último metro de
la noche ni siquiera lo sintió pasar.
Hasta pasada más de una hora no se despertó, por suerte la borrachera
parecía haberse esfumado parcialmente tras la cabezadita, pero algo
parecía no ir bien. El cartel que avisaba la llegada del próximo tren
estaba apagado y al mirar la hora en su teléfono móvil se dio cuenta que
eran casi las dos de la mañana.
Asustada empezó a subir las escaleras mecánicas de la estación, que ya
estaban apagadas, para salir de allí. La parada en la que tenía que
hacer trasbordo era una de las más antiguas, viejas y pequeñas de la
ciudad por lo que la sensación de agobio y miedo eran mucho más
intensas. Al llegar a la salida la peor de sus pesadillas se hizo
realidad. Las puertas estaban cerradas y no había nadie en la estación
por lo que por más que gritara nadie podría escucharla desde la calle.
Además su teléfono estaba sin cobertura, esas malditas estaciones casi
nunca tenían señal y las puertas de cristal herméticamente cerradas la
separaban del exterior aún por unos cuentos metros.
Paula no sabía que hacer, miraba a las cámaras de seguridad y hacía
gestos esperando que alguien desde algún puesto de control pudiera
verla, pero ella misma sabía que eso era imposible, no había nadie
controlando las cámaras porque la estación había sido cerrada desde
fuera.
¿Cómo era posible que nadie la despertara? ¿No tenían los guardias de
seguridad que comprobar que nadie quedara dentro de la estación antes de
cerrar?
Su miedo se convertía por momentos en cólera y confusión. Desde luego no
podía esperar hasta que a la mañana siguiente abrieran de nuevo el
Metro, faltaban más de cuatro horas para que se reiniciara el servicio y
si llegaba a casa a las 7 de la mañana su padre probablemente la
mataría.
Con la mente aún nublada por el alcohol decidió que lo mejor que podía
hacer era caminar por los raíles del tren hasta la siguiente parada. El
camino era oscuro y realmente tétrico pero sabía que su destino no
estaba muy lejos y gracias a la luz del flash de su teléfono podría
alumbrar el camino. La siguiente estación era una de las más
importantes, con gran cantidad de líneas y recientemente había sido
remodelada por lo que estaba segura que allí podría encontrar a alguien
que la permitiera salir a la calle donde abordaría un taxi.
La idea parecía muy buena, pero a la hora de la verdad recorrer aquellos
túneles era realmente escalofriante, un silencio casi sepulcral hacía
que hasta la más leve de sus pisadas resonaran con el eco de las
paredes. Se podían escuchar los chirridos de las ratas y el goteo de
algunas zonas en las que parecía que había leves escapes de agua.
Sus pasos eran cortos y se detenía a menudo a escuchar porque sentía
como si alguien la observara desde la oscuridad. El miedo la invadía y
paralizaba por momentos, pero ya era demasiado tarde para volverse
atrás, debía estar casi a mitad de camino cuando unas voces la
alertaron. Por un momento pensó en gritar para que supieran que estaba
allí pero decidió ser cauta y apagar la luz de su teléfono mientras se
escondía en un estrecho pasillo que había en un lateral del túnel.
Mientras permanecía escondida y en silencio pudo ver la figura de dos
hombres bastante corpulentos, sus ojos cada vez se adaptaban más a la
escasa iluminación de las luces de emergencia que había cada muchos
metros en el túnel. Ambos parecían discutir acaloradamente por un cartón
de vino y a escasos metros de donde se encontraba Paula comenzaron los
empujones y golpes. El más grande de ellos le propinó un puñetazo que
tumbó al otro y gloriosamente alzó su trofeo mientras de un trago se
bebía casi la mitad del contenido del cartón de vino.
El más pequeño enfurecido sacó un cuchillo de la espalda y se lo clavó
repetidamente en el cuello a su rival, realmente se ensañó con su
cadáver y a pesar de la poca luz Paula pudo ver con claridad como tenía
toda la cara manchada de sangre. Recogió el poco vino que quedaba y se
lo tomó de un trago.
Paula estaba temblando del miedo, no se atrevía ni a respirar y desde
luego mucho menos a moverse, si estaba lo suficientemente quieta tal vez
el vagabundo asesino se iría de allí sin verla. Pero la casualidad no
se quiso aliar con ella y justo cuando el asesino se daba la vuelta para
marcharse del lugar la batería de su teléfono la delató. Un incesante
pitido advirtiendo que la carga estaba a punto de agotarse comenzó a
sonar y el vagabundo se giró de inmediato.
¿Hay alguien ahí? Puedo escucharte, ¡Sal inmediatamente o te rajo!
La pobre chica se quedó petrificada y no sabía como actuar mientras el
asesino se acercaba a ella. Por instinto decidió tirarle el teléfono con
tan mala puntería que este pasó por encima del vagabundo y golpeó la
pared del fondo. Él, que todavía no había visto a la chica, escuchó un
ruido a sus espalda y se giró, momento que aprovechó Paula para salir de
la oscuridad y empujarle a la vez que salía corriendo.
El vagabundo enfureció de tal manera que no dejaba de gritar e insultar a
Paula, se levantó y comenzó a perseguirla por los túneles. Ella no era
una buena deportista pero el miedo se apoderó de sus piernas y le dio
fuerza para correr dejando atrás los zapatos de medio tacón que llevaba
aquella noche, sus pies se ensangrentaron mientras corría sobre la
gravilla y guijarros del suelo de túnel. Sin embargo el miedo era más
fuerte que el dolor y no se detuvo a pesar de que en varias ocasiones
estuvo a punto de caerse al tropezar por culpa de la casi total
oscuridad de su ruta de huída.
Al llegar a la estación Paula ya había logrado sacar unos cuantos metros
a su perseguidor y subió al andén para adentrarse en los pasillos que
la llevaban a la salida del Metro. A sus piernas empezaban a fallarle
las fuerzas pero no se podía parar a descansar así que casi extenuada
subió el último tramo de escaleras.
Lo que vio allí la heló la sangre, la estación estaba al igual que la
anterior cerrada y no parecía haber nadie, comenzó a gritar desesperada,
a gesticular a las cámaras y golpear las puertas. Pero su perseguidor
que conocía a la perfección los horarios y hábitos de los trabajadores
del metro ya había subido la escalera y la había cortado toda posible
ruta de escape.
El asesino se abalanzó sobre ella y tras inmovilizarla la violó y
sometió durante más de una hora. Cuando había saciado todos sus apetitos
sexuales sacó de nuevo el oxidado y ensangrentado cuchillo con el que
había matado al otro vagabundo y se lo hundió repetidamente en el pecho
hasta que Paula dejó de patalear y murió con una horrible expresión de
terror en su rostro.
Al día siguiente los trabajadores se encontraron con un surco de sangre
que se perdía en la profundidad del túnel, asustados deciden revisar las
cintas de vídeo que grabaron esa noche y pudieron observar la
desgarradora escena de la violación y asesinato y como el vagabundo
arrastraba el cuerpo de Paula dejándolo caer escaleras abajo para de
nuevo arrastrarlo hasta la oscuridad de las vías del tren.
La policía localizó los dos cuerpos pero no encontraron ni rastro del
asesino, del cual se dice que todavía utiliza los túneles del
subterráneo para esconderse de noche.